2.12.06

El único espectador (segunda parte)


Si no lo has hecho aún, deberías empezar leyendo la primera parte. También hay una versión completa en pdf; si crees que el relato te va a gustar, te recomiendo bajártela e imprimirla.



Moré baja caminando por la calle Preciados. Por el camino encuentra gente de todo tipo, desde pijas con ropas llamativas y horteras hasta grupos de chavales diciendo tonterías; en uno de esos grupos, varios chicos alrededor de dos chavalas intentando meter baza en la conversación para llamar su atención, mientras éstas se turnan para atenderlos tonteando con unos y con otros. Turistas de piel pálida y pelo rubio muy claro, gente mayor sentada en las terrazas, algún ratero que camina entre el gentío buscando carteras desprotegidas cuando se forman grupos de gente alrededor de músicos y actores. Éstos son los que más llaman la atención: un mimo vestido con chaqueta y corbata, con el pelo de punta hacia atrás como si estuviera soplando una violenta ráfaga de viento, y tirando de un paraguas roto que la ventisca imaginaria le intenta arrebatar de las manos. Un hombre manejando una marioneta que se mueve al son de la música: baila, canta y toca la guitarra. Poco más allá, un chaval tocando el Canon de Pachelbel, número uno en el ránking de canciones más interpretadas por artistas callejeros. En medio de la calle algunos manteros ofrecen sus baratijas: pañuelos, cinturones, discos piratas... algo más abajo un vagabundo pide limosna rodeado de tres perros, chiquitajos y desaliñados pero bastante juguetones. Al terminar Preciados llega a Sol, encrucijada de caminos, kilómetro cero.
Unas horas antes ha estado tocando con Ana, él con su saxo y ella tocando la guitarra. No sabría describir con palabras la sensación de conexión que había sentido: todo encajaba perfectamente, como un engranaje bien diseñado. La música fluía, y les bastaba un gesto o algunas notas para comunicarse entre sí. Habían nacido para tocar juntos, y estaba seguro de que ambos lo habían sentido. De hecho, estaba seguro de que ella lo sabía ya antes de que hablaran la primera vez, cuando se quedó parada durante media hora viéndole tocar hasta que reunió valor para dirigirse a él.
Moré está aún más emocionado que ayer.

***

-Antonio, tenemos que hablar.
-¿Puede esperar a que me termine el café?
-No.
Antonio le siguió hasta su despacho. Federico estaba muy serio; le tendió una carta. Hermanos Ochoa, bufete de abogados. Abrió el sobre y lo leyó. Palideció.
-¿Parece que va en serio, no?
-Me temo. Y lo que es más, parece que tienen fundamento, la verdad es que a mí me han acojonado. Si es verdad que tienen esa patente, y supongo que lo será, tenemos poco que hacer.
-Vamos a llamar a un abogado cuanto antes, no vamos a rendirnos sin pelearlo, ¿no?
-Por supuesto que no.

***

El local no está lleno, pero hay una cantidad de gente aceptable. Si Moré está nervioso no lo deja entrever. Cuando salen al escenario les reciben con un caluroso aplauso: Ana es habitual del lugar, y conoce a muchos de los asistentes. Se arrancan con un ritmo juguetón, picante, y van dejándose llevar por el calor del público, que se hace partícipe de la música. Animan, aplauden, sonríen. La compenetración entre ambos músicos es fantástica, y la improvisación les lleva por caminos insospechados, grandiosos; de cuando en cuando caen en lugares comunes, al son de ritmos trillados recorridos una y mil veces, pero cuando parece que se van a dejar llevar por la mediocridad surge otra chispa de genialidad que envuelve la música y enloquece al gentío, poseyéndolos con sus compases de jazz intemporal.

***

Los sueños, las ilusiones y meses de trabajo se habían esfumado como humo agitado al viento. Su empresa se había sostenido sobre una idea que habían descubierto, finalmente, que no era suya. O sí lo era, pero otros la habían tenido antes y tenían la patente. Así las cosas, no había nada que hacer, más que aceptar la quiebra... los dos se abrazaron.
-¿Qué vas a hacer ahora? -preguntó Antonio. El otro parecía a punto de echarse a llorar.
-No lo sé. Esther me ha dejado. -Antonio parecía sorprendido, pero intentó ocultarlo.
-A mí también me ha dejado Laura. Al final va a resultar que sólo nos querían por el dinero, compañero. En cuanto han visto dificultades...
-Joder, ¿Laura? No me lo puedo creer.
-Pues sí -le miró fijamente-. ¿Tienes alguien a quien acudir?
-No. Sabes que con mi familia no me llevo bien, y no tengo a nadie a quien le pueda pedir que me saque de este marrón. Debemos mucho dinero, Antonio.
-Lo sé. Creo que estamos bien jodidos.

***

Tras el concierto, las copas, los nuevos conocidos, la borrachera, la euforia, Moré emprende el camino de vuelta a su barrio. Todo ha ido rodado; ha descubierto un nuevo mundo: la plenitud musical, otro ambiente, una juventud que le hace creer en otro futuro. El optimismo le invade, y nada parece capaz de alterar esa sensación de estar empezando una nueva etapa llena de posibilidades.
Hace frío. Es viernes por la noche, y en zona de bares hay mucha gente por la calle, jóvenes sobretodo, fiesteros, juerguistas. Los mira y sonríe: quizá algunos no sean tan gilipollas después de todo.

***

La primavera llenaba la ciudad, se sentía su vida en el calor, la luz y el aroma; en las caras de la gente. Bajó del autobús en la plaza de Callao y empezó a caminar sin rumbo fijo; o, al menos, sin uno muy definido. Probablemente iría dando un paseo hacia Sol, para seguir por Arenal hasta llegar a Ópera, daría una vuelta por los jardines del Palacio Real y seguiría andando hasta el Templo de Debod. Típico paseo dominical, sin oficio ni beneficio, más que disfrutar las calles de Madrid en plena primavera.
Nada más iniciar el recorrido, bajando por preciados, el sonido de un saxofón captó su atención. Le gustaba el estilo; había oído mucho jazz y aquel músico no parecía defenderse mal. De hecho, le recordaba a un sonido conocido... se quedó mirando al intérprete. No podía ser.
Él siguió interpretando ajeno a su nuevo espectador. Tenía los ojos semicerrados, concentrado en su música, y parecía estar en un momento especialmente exultante de la interpretación. Hasta que, al cambiar de registro y suavizar el tono, abrió los ojos para observar la reacción del público y se quedó congelado a mitad de una escala al ver a uno de los oyentes. Maldita casualidad.
El recién llegado se acercó a saludarle, con gesto abrumado, medio boquiabierto. Moré le contestó con una media sonrisa, un tanto pícara, como diciendo “ésta no te la esperabas, ¿a que no?”. Y en efecto, era evidente que no se lo esperaba.
-Antonio, eres tú... -el músico torció un poco el gesto.
-Han pasado muchas cosas, vamos a tomar un café y te cuento. Por cierto, ahora me llamo Moré.
Entraron en la cafetería y tomaron asiento. Contrastaban claramente, el uno bien vestido, con un punto elegante, y el otro con ropas cuasi-harapientas y aspecto de mendigo. El primero inició la conversación:
-¿Me puedes explicar... qué significa esto?
-Es lo que ves, hermanito. Ahora soy músico callejero. ¿Qué tal sueno, Juanito?
-Dejaste a Laura por las buenas, y sin dar ninguna explicación. ¡Desapareciste! ¿Y ahora tocas el saxofón en la calle? - Juan no salía de su estupefacción.
-Todo tiene su razón de ser. Pero será mejor que vaya poco a poco, que todo de golpe te puede atragantar el café.
-Espero con impaciencia.
-Pues mira, la empresa en la que me metí quebró. No la cerramos: quebró. Nos quedamos sin negocio, y con deudas hasta las orejas. Nada que hacer, sin un cochino duro y sin forma de resolver la papeleta -hizo una pausa. Cuando el otro hizo ademán de ir a intervenir, volvió a la carga-. Mira, a Laura la quería y no quería causarle problemas. Todo esto le iba a venir grande, lo iba a pasar mal, y no quería que se hundiera conmigo en la mierda. Seguro que ya lo ha superado y le va todo de puta madre, mucho mejor que si le hubiera contado la verdad... joder, lo más seguro es que hubiera seguido a mi lado, y habría acabado aquí, conmigo. En la puta calle.
-Ya... -su hermano estaba tratando de asimilar la información. Bebió un sorbo de café, intentando hacer tiempo mientras encontraba algo que decir-. Pero dime... ¿por qué no nos dijiste nada a nadie? Te habríamos ayudado. Desaparecer por las buenas no es forma de hacer las cosas, Antonio. Nos lo has hecho pasar muy mal.
-Moré.
-¿Qué?
-Que me llames Moré.
-¿Pero por qué Moré? -Juan parecía enfadado, irritado porque su hermano le saliera con esa tontería en un momento así. Y, además, no entendía eso de cambiarse el nombre. No entendía muchas cosas.
-He empezado una nueva vida, y he roto con la anterior. El nombre es un símbolo: es lo que todos asocian contigo, es tu identidad. Antonio es lo que yo era hace años. Ahora no soy lo mismo: ni por asomo. Así que me pareció que debía cambiar de nombre en consecuencia. Si me llamas Antonio no estás hablando conmigo, sino con un fantasma.
-¿Pero por qué Moré? -repitió.
-Tampoco tiene una gran explicación. Antonio Moreno, y de Moreno, Moré. De pequeño jugué a inventarme una identidad secreta, y me gustaba llamarme así. Y cuando me dio la neura de cambiarme el nombre no se me ocurrió nada mejor, así que me quedé con esto. Te agradecería que me llamaras así.
-Pero tú eres mi hermano. Llevo toda la puta vida llamándote Antonio, y pienso seguir haciéndolo.
-No creo que te vuelva a ver después de hoy, así que por mí como si me llamas Rigoberto -el tono de Moré, sin perder su suavidad habitual, se volvió brusco. Durante un rato, ninguno de los dos habló.
-Pero no has contestado mi pregunta -rompió el silencio Juan-. ¿Por qué no nos pediste ayuda?
-Por lo mismo por lo que renuncié a Laura, y a lo que era mi vida... porque en el fondo no me gustaba. Quería un cambio. La quiebra me hizo darme cuenta de que esa no era la vida que buscaba.
-¿Un cambio?
-Sí... estaba hasta los cojones de rentas y de balances. De la comida de los domingos, de ver la televisión todas las noches, de ir al gimnasio, hacer yoga y cuidar el colesterol... de tener que trepar, que competir. Estaba hasta los huevos de cómo estaba organizado todo, Juanito. De una vida vacía, sin pasión, presa de la sociedad de consumo, de los políticos y de su puta madre. Quería ser libre, hermanito.
El otro le observó incrédulo. ¿Pero lo estaba diciendo en serio? Por desgracia le conocía, y sabía perfectamente que la respuesta era que sí. Su hermano estaba tan pirado como para romper con todo por un ideal de vida ilusorio, de renunciar al mundo real para construirse el suyo propio, aunque fuera a costa de vivir tirado en la calle. De renunciar a todo por ser coherente con sus ideas. Y a él le parecía una gilipollez.
-Yo creo que te estás inventando eso para no admitir que tenías miedo de reconocer tu fracaso y pedirnos ayuda -quemó su último cartucho, esperando que el otro le diera la razón-. Reconócelo... nadie querría vivir así por capricho.
-Hermano, no has entendido nada. Esto no es un capricho. Lo que pasa es que en tu jodida sociedad, esa que os habéis montado, en la que creéis que vivís de puta madre, no hay sitio para gente que piensa diferente. Bueno, sí lo hay: puedes pensar diferente. Pero si actúas, si te comportas de forma diferente, ya sí que no hay sitio. Hace años yo habría sido considerado un hippie; ahora soy un puto vagabundo, y hay que tenerme lástima. Pues no me da la gana. Mira las cosas con mi prisma, con mi perspectiva, y olvídate de la tuya cuando hables conmigo, porque no te vale.
-¿Entonces ahora eres un hippie? -sonrisa forzada, lanzó el comentario a modo de pulla.
-Más o menos. No es tan simple...
-¿Pero los hippies no están pasados de moda?
-Pasados de moda... qué forma tan simple de abordar el tema. Sí, puede ser que sí. Verás, te voy a contar una historia. En los sesenta, cuando estaba toda la movida del movimiento hippie en Estados Unidos, hubo gente que se acojonó. Porque eran muchos, y en un momento dado podían lograr suficiente fuerza para cambiar realmente algo. Muchas personas que luchaban por sus ideas, y eso, en el país del dinero, no gustaba.
-No eran...
-Déjame seguir -le interrumpió-. Se acojonaron, y hubo quien habló de represión policial, endurecer las leyes, incluso utilizar el ejército. Pero un economista alzó la voz. ¿Sabes qué dijo? -el otro lo miró sin responder-. Ponedles hipotecas. Eso dijo el cabrón. Ponedles hipotecas. Con eso los meteréis en el sistema, los ataréis a un banco, a tener que pagar todos los meses; tendrán que buscar un trabajo, en el que deberán tener a su jefe contento para que no les despida, y seguir pagando la hipoteca. Ya los tienes dentro del sistema, de su sistema. ¿Por qué ahora no hay hippies? ¿Por qué no hay trabajadores protestando, por qué la gente no se queja, no manda a tomar por culo a su curro aunque estén en trabajos precarios? Pues porque está mal visto por la sociedad, ahora no se estila... y porque hay que comprar maquinitas, y lavadoras, y ropa... y pagar la hipoteca. Por eso no hay hippies, hermano. Porque el hijoputa yanqui que dijo que la represión no era efectiva, y que el capitalismo sucio sí lo era, ganó la batalla. Y yo no les pienso hacer el juego. Conmigo que no cuenten, hermanito.

***

Después de andar durante más de una hora, Moré llega a su barrio, donde espera poder dormir un poco. Con la tensión extra que le ha supuesto la actuación con Ana, ha sido un día agotador.
Al llegar a su plaza ve a algunos de sus amigos todavía despiertos, hablando. Le extraña un poco por la hora tardía, pero supone que se han quedado despiertos para esperarle y preguntarle qué tal le ha ido. En el fondo son como niños, y unos buenazos: tienen detalles entrañables. Al acercarse a ellos recuerda algo, y, sonriente, comunica las noticias:
-¡Ya tenemos algo! Me han dicho que este año tocará Ana Torroja en las fiestas del barrio. ¡No es Beyoncé, pero menos es nada! ¿eh?
No recibe la respuesta que esperaba. Ni sonrisas, ni quejas... normalmente esa información sería recibida con multitud de comentarios, todos tratando de opinar al tiempo, pero aquella vez sólo encuentra silencio. Algunos se miran la punta de los zapatos, o parecen concentrados en algún lugar vacío de la plaza, mientras que otros dirigen sus miradas hacia él, con una expresión muy seria. En seguida se da cuenta de que sucede algo.
-Bueno, ¿me vais a contar lo que pasa? -inquiere. Silencio, miradas inquietas. Ahora nadie le mira-. ¿Nadie me lo va a contar, o qué? -Moré se empieza a poner nervioso. Los recorre con la mirada, fijando la vista en cada uno de ellos durante un par de segundos, y pasando rápidamente al siguiente. Al fin, decide dirigirse a uno de ellos, el del bigote de gato esmirriado-. Venga, Iñaki, cuéntamelo -Iñaki duda, pero al final le dirige la mirada, y habla.
-Es Fede... sabes que no estaba muy bien últimamente. No sabemos qué ha pasado, le hemos encontrado muerto -lanza un suspiro, y se queda callado durante unos segundos-. Moré: lo siento.
-Yo también lo siento -dice otro, con un hilo de voz.
-Y yo.
-Yo también lo siento...
-Era un gran hombre, Moré.
Moré se queda callado, muy quieto, como en estado de shock. Para él Fede significa mucho: ha sido su compañero de viaje durante todos estos años, desde la universidad, luego su fracaso empresarial, y tras eso unos treinta años en las calles. Toda una vida.
Y ahora ha muerto.
Nunca se había repuesto de lo que les pasó; la quiebra, la ruptura con Esther, verse rebajado a dormir en la calle. Desde entonces fue poco más que un fantasma, borracho y sin futuro, sin fuerzas ni esperanzas. Lo único que consuela a Moré es que a Fede en realidad le daba igual estar muerto que vivo; había estado décadas en algún lugar intermedio entre dos mundos, y aquello simplemente le había empujado hacia uno de los dos. Hacia la quietud.
Pero hace años que tiene una espina clavada, y es que él podría haberle evitado todo eso. Si no le hubiera mentido diciéndole que Laura le había dejado, si hubiera pedido ayuda a su familia, o aceptado la de su hermano cuando se lo encontró hace años, podría haberle sacado de allí y devolverle a una vida normal. Se había pasado años evitando pensar eso, porque él prefería aquella vida de vagabundo, de vivir el día a día sin comodidades, pero también sin preocupaciones, de elegir su camino... a la vida que tenía antes con un techo y un trabajo, pero poca felicidad. Se siente egoísta por haber pensado en lo que a él le convenía y haberse olvidado de Fede, de que se había convertido en un alcohólico con una depresión pegada al alma que había acabado por hacerse parte de él. Moré podía haberlo evitado, pero eso habría implicado pedir ayuda a su familia, reaparecer, dar explicaciones, y que le arrastraran de vuelta a su vida anterior. Y no quería.
Ahora ha muerto, y Moré tendrá que vivir con eso.

Al día siguiente el viejo músico vuelve a su lugar de costumbre en la calle Preciados. El alma le pesa el doble de lo normal, y se siente bastantes años más viejo. Hasta ahora había sido un anciano con alma de niño, pero ahora es un anciano a secas. Con todo lo malo que eso conlleva.
Arranca unas notas de su saxofón, con poco entusiasmo, sin convicción. Mira las caras de la gente. Caras apagadas, sin brillo. Llueve en la calle. El mundo parece acorde con sus sentimientos.
Acaricia su viejo instrumento. Era, junto con Fede, su único nexo de unión con Antonio Moreno, con su vida anterior, y ahora es lo único que mantiene de su pasado. Lo mira, lo acaricia, y siente que se le humedecen los ojos. Llorando, con lágrimas cayéndole por las mejillas y arremolinándose en su barba, se acerca el saxo a los labios y empieza a tocar un réquiem por su amigo, una canción de despedida con la que expresar su dolor, y desearle buen viaje. Adiós, compañero, nos veremos en otra vida. Lo siento si te he causado algún mal, pero la vida es perra y cuando pega lo hace fuerte, al menos hemos estado juntos y hemos cuidado el uno del otro. No dejes de saludarme si volvemos a encontrarnos. En el siguiente Big Bang.
Es la canción más triste que los paseantes de aquella zona le han oído tocar jamás, y entre la lluvia, la pesadumbre que transmite aquella melodía y las lágrimas en sus ojos, la escena se convierte en un cuadro urbano de rabia, emoción y melancolía. Quienes pasan por delante no pueden evitar captar la triste magia de aquella escena, y alrededor de Moré se forma un nutrido grupo de gente que, lluvia y todo, percibe que algo especial está pasando y no puede evitar pararse a contemplarlo y formar parte de ello. En aquella calle de Madrid se unen completos desconocidos en una misma sensación de tristeza; por un día, por un momento, personas que no se conocen de nada viven como uno el dolor de aquel viejo músico, y algunos de ellos lo recordarán siempre.

Días más tarde Moré ya está un poco recuperado, aunque sigue sintiéndose mucho más viejo. Se ha forzado a seguir yendo a tocar todos los días a la calle Preciados, a seguir con su rutina y no dejarse derrotar por la melancolía.
Entre el gentío ve aparecer un rostro conocido, y una pequeña sonrisa le aparece en los labios. Deja de tocar inmediatamente y se acerca a darle un abrazo a su amiga hippie. Ella entiende enseguida que algo ha cambiado en el saxofonista: su cara es más seria y parece más mayor. Le mira con cariño y le invita a tomar un café; seguro que tiene algo que contarle. Moré se desahoga, le cuenta la historia completa, la historia de su vida y del amigo que acaba de perder, de dos hombres jóvenes, inteligentes y preparados, que se iban a comer el mundo y acabaron durmiendo en una estación de metro por las noches. De cómo uno de ellos acabó tocando en la calle, y el otro perdió las ganas de vivir y acabó colgado de una botella.
Es curioso cómo acabamos conectando con quien menos lo esperamos. Apenas hace unos días que conoce a Ana, y confía en ella lo suficiente como para contarle cosas que nunca le había confesado a nadie, y que le estaban atormentando. Y Ana comprende, le levanta el alma con la mirada, le sonríe, y decide ayudar a aquel hombre a empezar una nueva vida. Nunca es tarde para eso, y menos si se tiene un espíritu libre como el de Moré.

Ana vive en una casa ocupada en las afueras, reconvertida en centro de atención social. Varias personas llevan años instaladas allí, y de momento no parece que nadie vaya a reclamar su propiedad. Dan clases de música, de escritura, pintura y cerámica; tienen un grupo de teatro, y de cuando en cuando organizan actuaciones. Con lo que sacan les da para vivir sin grandes pretensiones, haciendo lo que les gusta y contribuyendo a sacar adelante el barrio; sintiéndose útiles.
Moré siente enseguida que podrá llegar a ser feliz allí.


Fin


19.11.06

Relato: El único espectador (primera parte)


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Y vacío la funda, y cojo las monedas
que la gente me quiso brindar.
Guardo la guitarra, me pongo el sombrero,
y decido que hoy no toco más...
porque lo cierto es que ya vale por hoy.

El único espectador – Revólver


Hace frío en la calle; las luces navideñas comienzan poco a poco a iluminar la ciudad, y los fines de semana la gente se pasea por el centro entre cafés y escaparates. Se nota que anochece cada vez más pronto, y de cuando en cuanto una deprimente llovizna, de esas que parece que caen más para tocar los huevos que otra cosa, salpica el suelo con desgana. Bajo el toldillo de un comercio que le protege del agua hay un viejo músico que toca el saxo con el ímpetu de un viejo jazzista. Se nota que domina el instrumento; quizás con más corazón que técnica, pero cuenta con el saber hacer de perro viejo, con la rabia del que se vuelca en la música y se deja fusionar con ella, haciéndose uno, soplando sus entrañas por el tubo de metal y dejándose llevar por el sonido de los dioses, los enamorados y los desamparados; de los hijos de los instintos y la emoción, de los estúpidos sentimentales.

Suele haber siempre tres o cuatro personas pendientes de su música; generalmente ociosos paseantes, o individuos que se ven obligados a matar el tiempo mientras sus amigos impuntuales se deciden a llegar al lugar convenido. Espectadores más por aburrimiento que por convicción, no son lo que se consideraría un público agradable, pero menos da una piedra, y de vez en cuando alguno de ellos se siente suficientemente generoso para rascarse el bolsillo, a lo que el viejo responde con un pequeño estallido melódico, un súbito alboroto en su música con el que agradece el gesto. A veces, si hace buen tiempo, el número de oyentes se multiplica hasta llegar a la veintena; otras veces ocurre lo contrario, y el tiempo se convierte en su único espectador. El único que nos acompaña en todos los instantes de nuestra vida.

Cuando se le empiezan a agarrotar los dedos y el aburrimiento hace presa de él, saluda a sus espectadores, los haya o no; recoge las monedas de su funda, con mucha parsimonia, tomándose su tiempo, y, por último, guarda el saxo y enfila calle abajo, perdiéndose entre el gentío.


***


-¿Dónde vas?- preguntó.

-A la empresa. Hoy tenemos una reunión con nuestro primer cliente.

-Me alegro, ¡suerte! -le dio un beso en la mejilla.- Cuando termines me llamas, ¿eh?


En la calle hacía frío. Anduvo un par de manzanas hasta la parada del autobús, y se refugió bajo la marquesina. Estaban empezando a caer pequeñas gotitas de agua, y se arrepintió de no haber cogido un paraguas. El aire estaba húmedo.

Se concentró en el olor a lluvia. Dicen que los olores traen recuerdos más intensos que cualquier otra sensación, y él siempre había estado de acuerdo. Ahora le recordaba al patio de su colegio, un partido de fútbol vestido de uniforme. Otras veces veía su viaje a Kenia, un paseo por el parque, o un tonteo de enamorados bajo una marquesina de autobús, parecida a la que ahora le refugiaba, bastantes años atrás. Se preguntó qué habría sido de esa chavala; gente que entra y sale de tu vida, se había acostumbrado a despedirse de ciertas personas sabiendo que quizás sería la última vez que las viera, pero aún así no podía evitar preguntarse qué habría sido de sus vidas, dónde y con quién estarían ahora. Cuando se aburría, jugaba a imaginarse personas y situaciones; qué estarían haciendo ahora mismo sus amigos, su esposa, o su novia de hace quince años. O de dónde vendría la inmigrante que estaba sentada a su lado. Dónde viviría, cómo, con quién. Cómo llegó a España. Si se iría algún día a buscar suerte en otro lugar. O a qué se habría dedicado el jubilado un poco más allá. El caso era remover la imaginación, jugar a saber cosas que nunca descubriría, y vivir mundos que nunca visitaría.

Estaba viendo al viejo de pequeño, en su pueblo, jugando con un perro labrador, cuando llegó el autobús.


***


Después de andar durante más de una hora, llega al barrio de las afueras donde vive. En una placita, junto a un supermercado, se juntan los desamparados de la zona. Ese es su territorio, y los vecinos se lo respetan, sabiendo que es de las pocas cosas que aquellas gentes pueden considerar suyas.


-¡Mirad quién anda!

-¡Ey! ¡Moré! -varios ojos lo contemplan inquietos.

-Aún no sé nada, ¡impacientes!

-¿Pero has preguntado? -pregunta un hombre bajito, de pelo moreno y revuelto.- Dime, ¿has preguntado?

-Ya os dije que cuando se sepa algo se verá: pegarán carteles, y todos nos enteraremos -les dice pacientemente.

-Pero tú conoces a mucha gente, en cuanto haya algo lo sabrás, ¿verdad? -insiste uno más joven, gordito-. ¿Se rumorea algo?

-¡Qué se va a rumorear! La gente normal tiene cosas mejores de las que preocuparse. ¿Vosotros os creéis que la gente tiene tiempo para esas tonterías? Que si Beyoncé, que si Marta Sánchez... ¡harto me tenéis!

-Pero ya se acerca la fecha... pronto tendrán que decir algo –vuelve a la carga el bajito.

-Síii, se acerca, y pronto se sabrá algo. ¡Pero como me sigáis preguntando todos los días os vais a quedar sin saberlo! -dice en tono amenazante. Sus interlocutores ponen cara de circunstancias.

-Bueno, pero cuando sepas algo nos lo dices -dice el tercero, un hombre algo más mayor, escuchimizado y con un bigote de gato esmirriado.- ¿Vale?

-Que síii, pesados. Voy a ver qué tal anda Fede.

Se acerca a un banco semiescondido en un rincón de la plaza, donde un borrachín harapiento entrado en años dormita plácidamente.

-¡En pié, dormilón! Ya estoy aquí -le dice. -¿Qué has hecho hoy, aparte de beber? ¿has paseado, olido las flores, observado cómo bailan los lobos a la luz de la luna...? De día, difícil. Y aquí no hay lobos. Pero ¡aunque los hubiera!, ¿eh?

-Joder Antonio, vete a tocarle los huevos a tu puta madre -de repente, la sonrisa juguetona desaparece de los labios de Moré, y una sombra cruza su rostro.

-Sabes que no me gusta que me llames así.

-Que te jodan.

-Vete a tomar por culo -dicho lo cual, da media vuelta y se va hacia el supermercado. Habrá que ir pensando en cenar algo.


***


-¡Antoñito, hemos triunfado! -sonrisa exultante, se acercó dando brincos y le dio un abrazo-. Esto es el comienzo de algo grande.

-Les ha encantado nuestra propuesta. Te dije que no podía fallar.

-Han picado como pececillos, ¡tup, tup, tup! -hizo el gesto de un pescador recogiendo el hilo-. Venga, ¡vamos a celebrarlo!

A Antonio le dolía la cabeza. Siempre que se sometía a una gran tensión le entraba dolor de cabeza; no empezaba hasta que ya había pasado el trago, y al empezar a relajarse salían todos los nervios acumulados, clavándose a fuego en sus sienes. Nunca le había gustado la presión; él era un tipo tranquilo, relajado, le gustaba pasear, una buena conversación, una película. Pero la tensión no era para él. Jugarse su futuro a una carta no era lo suyo, aunque la supiera ganadora. En cambio, Federico lo llevaba mucho mejor, se notaba que había nacido para esto, que se crecía en las situaciones difíciles. Él fue quien resolvió los momentos más complicados de la entrevista, interviniendo con soltura cuando a Antonio le empezaban a sudar las manos, resolviendo la papeleta con desparpajo y elegancia. Él era la mente creadora, y Federico se encargaba de endosarle la idea a los compradores en potencia. Hacían buen equipo.

-Una copita, ¿no? -insistió.

-Me duele un poco la cabeza -dijo sin demasiada convicción.

-Veeenga, venga, no me vas a decir que no. Ya verás como te sienta bien.


***

Sale del supermercado con una barra de pan, una botella de agua y un paquete de embutido, y se dirige al banco donde sigue tumbado Fede. Se sienta junto a él, saca una navaja de bolsillo y prepara unos bocadillos de jamón serrano con queso. Le tiende uno a su amigo:

-Toma -el otro duda si cogerlo.

-No tengo hambre.

-Cógelo -con tono de madre paciente-. Te vendrá bien comer algo después de ponerte hasta el culo de vino.

Fede se incorpora trabajosamente y toma el bocadillo. Tiene los ojos hundidos, como si los abriera con desgana, dando la impresión de que por él preferiría tenerlos cerrados. En aquella plaza nadie va bien aseado ni huele a Channel, pero quién más y quién menos hace lo que puede, con excepción de este borrachín que hace tiempo que dio la espalda al mundo, y se deja llevar de un día a otro sin pena ni gloria, con barba de semanas que le dura hasta que Moré lo empuja hacia un aseo público y le obliga a afeitársela, y que desprende un olor que a cualquier persona con techo propio le hace arrugar la nariz o contener la respiración.

-¿Qué has hecho hoy, compañero?

-Dormir.

-¿Todo el día?

-Y beber -el otro contesta con desgana, hablando casi a susurros y mirando hacia otro lado.

-Pues yo he conocido a una estudiante que se ha interesado por mi música. Una chavala bastante simpática, así como alternativa, en plan ropa hippie y demás. Me ha contado que ella toca percusión y guitarra, y que de vez en cuando actúa en algún local de poco aforo. Ha intentado convencerme de que vaya algún día a tocar con ella, creo que le he caído simpático. De momento le he dicho que no, pero si vuelvo a verla e insiste a lo mejor me animo.

-Y por qué le has dicho que no -ahora le miraba; era cuestión de insistir un poco para captar su atención.

-No sé, porque me da pereza. Toco mejor solo, y me gusta hacerlo en la calle. Pero en el fondo me apetece. ¿Tú vendrías? A lo mejor tienen piano.

-Pues no -tose ruidosamente-. Hace mucho que no toco.

-Ya es hora de que vuelvas a ganarte las lentejas.

-O de tirarme desde un puente -Moré lo mira con cara de reprobación.

-Eres un capullo.


***


Con la caída de la tarde el cielo de Madrid se volvió oscuro, y un vientecillo frío les obligó a subirse bien la cremallera de la chaqueta. Al menos había dejado de llover, aunque el suelo bajo sus pies seguía mojado, como lo había estado casi todos los días desde hace un par de semanas. Se dirigieron hacia un pub irlandés cerca de su despacho, donde se podían sentar tranquilamente a charlar sin música estruendosa ni mucho gentío, a lo que ayudaba el hecho de que era un día entre semana. Al rato, estaban ambos cómodamente instalados en asientos mullidos, Antonio frente a su cerveza con limón y Federico ante una Guinness. Estaban relajados y satisfechos tras haber pasado su primer escollo: tenían una idea, y un cliente interesado en ella. Aquello era el principio de algo grande.

-¿No se lo vas a contar a Esther? -preguntó Antonio.

-Tranquilo, luego la llamo. ¿Tú has llamado a Laura?

-Antes, cuando has ido al servicio. Nos ha dado la enhorabuena.

-¿Qué tal está?

-Bien, no nos va mal. Ahora está empeñada en que tengamos un hijo, pero yo no lo veo claro. Me da algo de pereza, si te soy sincero, es que es una movida. Te cambia la vida. ¿Y Esther?

-Genial. Nos queremos un montón, yo creo que esta es la definitiva. Es una tía genial, en serio. Me entiende, la entiendo, y todo va como debería: una maravilla.

-¡Me alegro! Ya era hora de que sentaras la cabeza -tono socarrón, sonrió y le dio una palmada en la espalda. -¿Boda?

-Ya lo hemos hablado, pero sin prisas, tampoco nos hace falta. De aquí a un año o dos, a lo mejor, no sé, ya se verá.

-Oye, hace mucho que no tenemos conversaciones trascendentales -se irguió mientras introducía el cambio de tema. -Ya sabes, política, filosofía, comeduras de tarro... me apetece darle a la pelota con cosas que no impliquen chupetes, ni balances... ¿te hace?

-Es cierto -dijo Federico rápidamente, incorporándose también. -Y tengo una vuelta de tuerca más para la historia esa del determinismo. Te cuento: ya sabes de qué va el determinismo, todo eso de que somos presa de las relaciones causa-efecto; en una situación con unas condiciones concretas, ante determinado estímulo, es predecible la reacción que va a haber, porque causas concretas provocan reacciones concretas, ¿no?

-Sí, me hablaste de ello hace tiempo. Venía a decir que todo se somete a las leyes de la física, y por tanto sigue pautas predecibles; así que lo que somos ahora viene determinado por lo que ha pasado hace un segundo, esto vino determinado por lo que pasó hace dos, tres segundos... cien años... hasta el comienzo.

-Son como piezas de dominó. Una vez que tiras la primera, todo es una reacción en cadena, imposible de frenar. Y nosotros somos alguna de esas piezas intermedias. Tenemos la ilusión de que decidimos lo que hacemos en cada momento, pero en realidad todo son reacciones físicas y químicas en nuestro cerebro... como un circuito al que le aplicas un voltaje: si lo conoces, sabes lo que va a salir al otro lado.

-No me gusta esa teoría; asusta. Es como si fuéramos peleles, trozos de corcho tirados en un río a los que va manejando la corriente. Nos deja como simples máquinas. Pero es tan lógico... que no puedo rebatírtelo, aunque me joda -le miró fijamente, sonriendo.

-Ya, a mi también me gustaría que alguien me la rebatiera, pero hasta ahora nadie ha sido capaz. Bueno, ¡pues tengo una vuelta más que darle!

-Espero impaciente -dijo Antonio, poniendo cara de interés.

-Verás, te comento. Big Bang. Todo estalla, y desde ese momento ha empezado la reacción en cadena que nos lleva hacia donde estamos ahora. El universo se seguirá expandiendo durante unos cuantos millones de años, hasta que se acabe el impulso proporcionado por la explosión y vuelva a hacer efecto la energía gravitatoria, que poco a poco hará que todo se junte de nuevo formando otra pelotita, que volverá a estallar, otro Big Bang, y vuelta a empezar. Esto no es mío: muchos científicos mantienen esta teoría. Mi parte: en lo que estalla el Big Bang, se expande la materia y se vuelve a contraer, hay una reordenación de las partículas, ¿bien? Así que la siguiente vez que estalle, la reacción en cadena será diferente, se formarán galaxias distintas, se crearán otras formas de vida, etcétera. La siguiente vez que se contraiga, volverán a colocarse de forma diferente, y la siguiente, y la siguiente... -Antonio asintió con cara de estar concentrado en lo que decía, quizás no le seguía muy bien, o quizás estaba visualizando lo que describía y expandiendo las ideas de Federico en su propia mente-. El caso es que llegará un punto en que la situación se estabilizará. Por aquello de que todos los cuerpos tienden al estado de mínimo consumo energético y demás... al final, con el tiempo, el sistema se estabiliza y dejan de reordenarse las partículas. ¿Qué pasa entonces?

Antonio lo pensó un poco.

-Que cada vez que el universo se expanda y se contraiga, ocurrirán exactamente las mismas cosas...

-¡Exacto! ¿Te das cuenta de lo que eso significa? ¡Se repetirá hasta el infinito! Y por probabilidad pura, nosotros deberíamos estar en esa situación, en una de las infinitas repeticiones de lo mismo. ¡Debemos haber mantenido esta conversación millones de veces, Antoñito!


***


Hoy hace más sol, y se puede incluso pasear sin chaqueta. Parece más un día de primavera tardía que de mediados de otoño, razón por la cual la calle está más llena que de costumbre, y una especie de felicidad plácida flota en el ambiente. Es curioso cómo los cambios en el tiempo son capaces de variar masivamente el humor de la gente; los rostros que ayer eran pálidos y resignados hoy tienen luz y sonrisas, una calmada alegría de quien ve el color entre grandes intervalos de gris y está dispuesto a aprovecharlo.

Alrededor de Moré hay un grupo de personas más nutrido que el de días anteriores, y consecuentemente la funda de su saxo está algo más llena de lo habitual. Está en medio de un ragtime cuando ve entre sus oyentes un rostro conocido, así que se apresura a terminar la pieza, saludar al público y acercarse a saludar a su amiga.

La boca de Ana muestra una sonrisa alrededor de un piercing, y ésta le recibe con alegría. Le pregunta si ha pensado sobre la propuesta que le hizo, no es mucho dinero pero lo pasarán bien, etcétera, a lo que Moré replica invitándola a tomar un café en algún local cercano para charlarlo tranquilamente. Aquella chiquilla le cae bien, y se muestra dispuesto a trabajar con ella, siempre que tenga bastante margen de improvisación en las actuaciones y no le robe mucho tiempo. Ana se ofrece a tocar con él en la calle para practicar e irse conociendo musicalmente el uno al otro, idea que encanta al saxofonista, así que quedan al día siguiente en que ella se unirá a su actuación callejera sobre esa misma hora.

A Moré le ilusiona la idea. Aunque los años hayan pasado con fuerza, sigue siendo un niño para algunas cosas, y espera emocionado a que llegue el día siguiente.


***


Saludó a algunos de sus empleados de camino a su despacho. Habían logrado formar un buen equipo en un espacio de pocos meses, y las cosas ya iban casi a pleno rendimiento. Personal con buena formación técnica, inquietudes y ambición; querían gente con un buen cerebro detrás de sus títulos, y creían haberlo conseguido.

Después de lograr un contrato con un gran fabricante, les había llovido la financiación y todo parecía ir sobre ruedas. Relajado, y sin mucho trabajo por hacer aparte de supervisar a sus empleados, Antonio tenía tiempo para sus grandes aficiones: lectura, cine, y jazz. Aquel día se sentó en su despacho y disfrutó de ración y media de éstas: se dedicó a leer Rayuela, no sólo uno de los grandes de la literatura del siglo XX, sino también un gran alegato a la música en general y al jazz en particular, “...todo eso en una música que espanta a los cogotes de platea, a los que creen que nada es de verdad si no hay programas impresos y acomodadores, y así va el mundo y el jazz es como un pájaro que migra o emigra o inmigra o transmigra, saltabarreras, burlaaduanas, algo que corre y se difunde...”, disfrutando del tiempo que perder y el deber cumplido, al menos de momento.

Un par de horas más tarde, se vio obligado a atender a un come-come que le impedía estarse quieto, y se decidió a tirar la casa por la ventana e ir a la tienda de música a comprar esa belleza dorada, cegadora, que estaba destinada a reemplazar a su viejo saxofón. Ahora se podía permitir un pequeño lujo, y Cortázar le había enseñado que la música no es un capricho, sino una forma de vida, y un saxo nuevo era ahora para él como el café de la mañana. Imprescindible.


Sigue en la segunda parte.


23.10.06

Living life

No puedo quitarme esta canción de la cabeza. No es una gran canción, ni la cantante es especialmente buena, pero tiene un algo. Si os gusta, no dejéis de ver Antes del Amanecer, y su continuación, Antes del Atardecer. Esta canción lleva la esencia de ambas películas, y me parecieron una maravilla.



Letra

Hold me like a mother would
like I've always known somebody should, yeah
although tomorrow it don't look that good

Well, it just goes to show
though people say we're an unlikely couple
I'm seeing double of you

Oh
This is life
and everything's alright
Living living living living living living living living life

Oh
Hope for the hopeless
I'm learning to cope
with the emotion-less mediocrity
Oh
Day-to-day living

How can I help from being restless
when everything seems so tasteless
and all of the colors seem to have faded away.

Oh
This is life
and everything's alright
Living living living living living living living living life

Hold me like a mother would
like I've always known somebody should, yeah
although tomorrow it don't look that good
Well, it just goes to show
though people say we're an unlikely couple
Doris Day, and Mott the Hoople

Oh
This is life
and everything's alright
Living living living living living living living living life
Life!


PD: he tenido que reescribir trozos de la letra porque la canción no es muy conocida, y las versiones que hay en internet se ve que las han sacado de oído y hay bastantes pifias. Probablemente quedan cosillas mal puestas, pero se ha hecho lo que se ha podido ;)

19.10.06

Curiosidades (I): Gerolamo Cardano

Me han mandado últimamente unos cuantos mails llenos de curiosidades, y como hay algunos que no tienen desperdicio, voy a ir publicando poco a poco los más interesantes. Estas cosas hay que tomárselas un poco con pincitas, porque no siempre son ciertas, pero por lo que he indagado parece que en general tienen bastante de realidad...

Para empezar, un matemático bastante brillante (y loco...) llamado Gerolamo Cardano. Su vida no tiene desperdicio:

Cardano (1501-1576) escribió una autobiografía, "El libro de mi vida" en 1575. En él dice que no fue concebido de manera legítima y que trataron en vano de que su madre abortara usando varias medicinas. Nació medio muerto y para reanimarlo le dieron un baño de vino caliente. Con este empezar no es extraño que sufriera enormidad de problemas físicos. Dicen que tenía violentas palpitaciones, que le salían líquidos de su estómago y pecho y tenía una necesidad tremenda de orinar, casi cuatro litros por día. Tenía temor a las alturas y padeció años de impotencia sexual, que desapareció afortunadamente antes de que se casara.

A veces padecía hasta ocho noches seguidas de insomnio. A veces se infligía daño por "el gran placer que se siente después de un fuerte dolor". Por ello se mordía los labios, retorcía los dedos o bien se pinchaba la piel hasta que le empezaban a salir lágrimas.

Dedicó gran parte de su juventud al juego y luego estudió medicina en Padua. Una vez acabados sus estudios intentó ejercer medicina en su Milán natal, pero debido a su mala reputación fue rechazado continuamente por el colegio de médicos.

Cardano fue un ardiente astrólogo, llevaba amuletos y predecía el futuro durante las tormentas. Escribió muchos tratados sobre muchos temas, de medicina, religión, juegos, matemáticas. A sus 50 años era un médico famoso y conocido. Entre sus pacientes estuvo el Arzobispo de Escocia. Se decía que padecía tuberculosis y Cardano dijo que la sabía curar, lo cual no era cierto. Viajó a Edimburgo y afortunadamente para el obispo, y también para Cardano, resultó que la enfermedad era asma. Cuando Cardano pasó por Londres en el viaje de vuelta, fue recibido por el joven rey Eduardo VI a quien hizo un horóscopo. Le predijo larga vida y un próspero futuro, lo cual le puso en una situación incómoda cuando el chico murió poco después.

En varias ocasiones, Cardano fue profesor de matemáticas de las universidades de Milán, Pavia y Bolonia, teniendo que dimitir de todas ellas por algún escándalo relacionado con él.

En 1546 su mujer murió a la edad de 31 años, dejando a Cardano con dos hijos y una hija. De ellos, el mayor, Giambattista, era con quien tenía mas esperanza. Giambattista estudió medicina y parecía tener un brillante porvenir.

Giambattista se casó y su mujer tuvo tres hijos, ninguno de los cuales resultó ser de su marido. Parece ser que por ello Giambattista le preparó un pastel con arsénico y ella murió. Y el hijo de Cardano fue condenado y ejecutado por ello en 1560.

Todo esto afectó mucho a Cardano. Su otro hijo tampoco fue mucho consuelo, porque fue un criminal y estuvo en prisión muchas veces por ello.

En 1562 abandonó Milán, la ciudad de sus triunfos y tragedias y fue profesor de medicina en la universidad de Bolonia. En 1570 fue encarcelado por herejía por realizar el horóscopo de Jesús y por escribir el libro "En homenaje a Nerón", el odiado emperador anticristiano.

Sorprendentemente, salió de prisión poco después y se trasladó a Roma como astrólogo de la corte papal. Según varios testimonios, habiendo predecido que moriría un cierto día, el 20 de septiembre de 1576, se suicidó para hacer correcta la predicción.

Cardano fue, junto con Tartaglia y Nicolo Ferrari, uno de los que descubrieron la solución de la ecuación cúbica.

Añado otro parrafito que he leído por ahí, que el hombrecillo escribió sobre sí mismo:

“He recibido de la Naturaleza un espíritu filosófico e inclinado a la Ciencia. Soy ingenioso, amable, elegante, voluptuoso, alegre, piadoso, amigo de la verdad, apasionado por la meditación, y estoy dotado de talento inventivo y lleno de doctrina. Me entusiasman los conocimientos médicos y adoro lo maravilloso. Astuto, investigador y satírico, cultivo las artes ocultas. Sobrio, laborioso, aplicado, detractor de la religión, vengativo, envidioso, triste, pérfido y mago, sufro mil contrariedades. Lascivo, misántropo, dotado de facultades adivinatorias, celoso, calumniador e inconstante, contemplo el contraste, entre mi naturaleza y mis costumbres”.

Además, parece ser que al día de su nacimiento le daba una importancia capital en la historia de la humanidad. Hay quien no tiene abuela.

12.10.06

La Corona Mágica

Mucho relatito, coñas y leches, pero a este blog le falta un algo. Ha llegado la hora de llevarlo al siglo XXI. Hoy pongo... ¡mi primer enlace a un vídeo de youtube!



Hace unos meses descubrí el nombre de esta serie. No me acordaba de casi nada: sólo que de pequeño la veía, más o menos la cara de algunos de los personajes, y algún detalle de la musiquita. Hasta que me llegó un e-mail de esos de "quéee bonita era la infancia, ya no se hacen series como las de antes, etcétera etcétera..." con mogollón de enlaces a vídeos de dibus, y entre ellos, ¡tacháaaan!, la cabecera de La Corona Mágica. Me llamó la atención el nombre, le dí pá ver qué era, y descubrí que era la serie que estaba buscando.

He leído en los comentarios de youtube que hay más gente a la que le ha pasado lo mismito... si es que esto del intenné es una maravilla para algunas cosas. Qué potito. Snif.

10.10.06

La vida en Jazz


[...] con muchachas que prefieren bailar mientras escuchan Star Dust o When your man is going to put you down, y huelen despacio y dulcemente a perfume y a piel y a calor, se dejan besar cuando es tarde y alguien ha puesto The blues with a feeling y casi no se baila, solamente se está de pie, balanceándose, y todo es turbio y sucio y canalla y cada hombre quisiera arrancar esos corpiños tibios mientras las manos acarician una espalda y las muchachas tienen la boca entreabierta y se van dando al miedo delicioso y a la noche, entonces sube una trompeta poseyéndolas por todos los hombres, tomándolas con una sola frase caliente que las deja caer como una planta cortada entre los brazos de los compañeros, y hay una inmóvil carrera, un salto al aire de la noche, sobre la ciudad, hasta que un piano minucioso las devuelve a sí mismas, exhaustas y reconciliadas y todavía vírgenes hasta el sábado siguiente, todo eso en una música que espanta a los cogotes de platea, a los que creen que nada es de verdad si no hay programas impresos y acomodadores, y así va el mundo y el jazz es como un pájaro que migra o emigra o inmigra o transmigra, saltabarreras, burlaaduanas, algo que corre y se difunde y esta noche en Viena está cantando Ella Fitzgerald mientras en París Kenny Clarke inaugura una cave y en Perpignan brincan los dedos de Oscar Peterson, y Satchmo por todas partes con el don de ubicuidad que le ha prestado el Señor, en Birmingham, en Varsovia, en Milán, en Buenos Aires, en Ginebra, en el mundo entero, es inevitable, es la lluvia y el pan y la sal, algo absolutamente indiferente a los ritos nacionales, a las tradiciones inviolables, al idioma y al folklore: una nube sin fronteras, un espía del aire y del agua, una forma arquetípica, algo de antes, de abajo, que reconcilia mexicanos con noruegos y rusos y españoles, los reincorpora al oscuro fuego central olvidado, torpe y mal y precariamente los devuelve a un origen traicionado, les señala que quizá había otros caminos y que el que tomaron no era el único y no era el mejor, o que quizá había otros caminos y que el que tomaron era el mejor, pero que quizá había otros caminos dulces de caminar y que no los tomaron, o los tomaron a medias, y que un hombre es siempre más que un hombre y siempre menos que un hombre, más que un hombre porque encierra eso que el jazz alude y soslaya y hasta anticipa, y menos que un hombre porque de esa libertad ha hecho un juego estético o moral, un tablero de ajedrez donde se reserva ser el alfil o el caballo, una definición de libertad que se enseña en las escuelas, precisamente en las escuelas donde jamás se ha enseñado y jamás se enseñará a los niños el primer compás de un ragtime y la primera frase de un blues, etcétera, etcétera...

Grandísimo, genial Julio Cortázar (Rayuela)


21.8.06

Acertijo matemático

Un amigo común les propone a dos matemáticos un acertijo. Deben averiguar dos números mayores que 1 y cuya suma es menor que 100. Al matemático S le dice la suma de los dos números, y al matemático P le dice el producto. Esta es la conversación que se desarrolla:

P: no sé cuáles son los números.
S: ya sabía que no ibas a saber cuáles eran.
P: ahora ya sé cuáles son.
S: ahora yo también lo sé.

¿Cuáles son los números?

Estos días les he planteado el acertijo a varias personas. A David se lo dije antes de entrar a ver Piratas del Caribe 2 (por cierto, que una peli con ese final es una estafa...). El caso es que durante la película se vuelve hacia mí y me susurra:

David: El 2 y el 9.
Yo: ¿Qué?
D: Los números, que son el 2 y el 9.
Y: ¿Pero lo estás pensando ahora?
D: Bueno, es que los últimos diez minutos han sido algo aburridos...

Al rato:

D: no, no son el 2 y el 9.
Y: ¿pero sigues con eso?
D: pero ya sé cuál es el procedimiento.

Y al salir del cine...

D: oye, chavales, que tengo algunas lagunas en la película...
César: ¿de qué no te has enterado?
D: pues... no me he enterado muy bien de eso de la llave y el cofre... ni qué tienen que ver los calamares esos en todo esto.
Y: ¿pero te has enterado de algo?
D: sí, va de piratas, jejeje. Cabrón, ¡no me vuelvas a decir un acertijo antes de entrar en el cine!

Moraleja: si os picáis fácilmente con los acertijos, no os metáis con este... os puede costar horas ;)

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