19.11.06

Relato: El único espectador (primera parte)


Si crees que el relato te va a gustar, te recomiendo bajar la versión completa en pdf e imprimirla.


Y vacío la funda, y cojo las monedas
que la gente me quiso brindar.
Guardo la guitarra, me pongo el sombrero,
y decido que hoy no toco más...
porque lo cierto es que ya vale por hoy.

El único espectador – Revólver


Hace frío en la calle; las luces navideñas comienzan poco a poco a iluminar la ciudad, y los fines de semana la gente se pasea por el centro entre cafés y escaparates. Se nota que anochece cada vez más pronto, y de cuando en cuanto una deprimente llovizna, de esas que parece que caen más para tocar los huevos que otra cosa, salpica el suelo con desgana. Bajo el toldillo de un comercio que le protege del agua hay un viejo músico que toca el saxo con el ímpetu de un viejo jazzista. Se nota que domina el instrumento; quizás con más corazón que técnica, pero cuenta con el saber hacer de perro viejo, con la rabia del que se vuelca en la música y se deja fusionar con ella, haciéndose uno, soplando sus entrañas por el tubo de metal y dejándose llevar por el sonido de los dioses, los enamorados y los desamparados; de los hijos de los instintos y la emoción, de los estúpidos sentimentales.

Suele haber siempre tres o cuatro personas pendientes de su música; generalmente ociosos paseantes, o individuos que se ven obligados a matar el tiempo mientras sus amigos impuntuales se deciden a llegar al lugar convenido. Espectadores más por aburrimiento que por convicción, no son lo que se consideraría un público agradable, pero menos da una piedra, y de vez en cuando alguno de ellos se siente suficientemente generoso para rascarse el bolsillo, a lo que el viejo responde con un pequeño estallido melódico, un súbito alboroto en su música con el que agradece el gesto. A veces, si hace buen tiempo, el número de oyentes se multiplica hasta llegar a la veintena; otras veces ocurre lo contrario, y el tiempo se convierte en su único espectador. El único que nos acompaña en todos los instantes de nuestra vida.

Cuando se le empiezan a agarrotar los dedos y el aburrimiento hace presa de él, saluda a sus espectadores, los haya o no; recoge las monedas de su funda, con mucha parsimonia, tomándose su tiempo, y, por último, guarda el saxo y enfila calle abajo, perdiéndose entre el gentío.


***


-¿Dónde vas?- preguntó.

-A la empresa. Hoy tenemos una reunión con nuestro primer cliente.

-Me alegro, ¡suerte! -le dio un beso en la mejilla.- Cuando termines me llamas, ¿eh?


En la calle hacía frío. Anduvo un par de manzanas hasta la parada del autobús, y se refugió bajo la marquesina. Estaban empezando a caer pequeñas gotitas de agua, y se arrepintió de no haber cogido un paraguas. El aire estaba húmedo.

Se concentró en el olor a lluvia. Dicen que los olores traen recuerdos más intensos que cualquier otra sensación, y él siempre había estado de acuerdo. Ahora le recordaba al patio de su colegio, un partido de fútbol vestido de uniforme. Otras veces veía su viaje a Kenia, un paseo por el parque, o un tonteo de enamorados bajo una marquesina de autobús, parecida a la que ahora le refugiaba, bastantes años atrás. Se preguntó qué habría sido de esa chavala; gente que entra y sale de tu vida, se había acostumbrado a despedirse de ciertas personas sabiendo que quizás sería la última vez que las viera, pero aún así no podía evitar preguntarse qué habría sido de sus vidas, dónde y con quién estarían ahora. Cuando se aburría, jugaba a imaginarse personas y situaciones; qué estarían haciendo ahora mismo sus amigos, su esposa, o su novia de hace quince años. O de dónde vendría la inmigrante que estaba sentada a su lado. Dónde viviría, cómo, con quién. Cómo llegó a España. Si se iría algún día a buscar suerte en otro lugar. O a qué se habría dedicado el jubilado un poco más allá. El caso era remover la imaginación, jugar a saber cosas que nunca descubriría, y vivir mundos que nunca visitaría.

Estaba viendo al viejo de pequeño, en su pueblo, jugando con un perro labrador, cuando llegó el autobús.


***


Después de andar durante más de una hora, llega al barrio de las afueras donde vive. En una placita, junto a un supermercado, se juntan los desamparados de la zona. Ese es su territorio, y los vecinos se lo respetan, sabiendo que es de las pocas cosas que aquellas gentes pueden considerar suyas.


-¡Mirad quién anda!

-¡Ey! ¡Moré! -varios ojos lo contemplan inquietos.

-Aún no sé nada, ¡impacientes!

-¿Pero has preguntado? -pregunta un hombre bajito, de pelo moreno y revuelto.- Dime, ¿has preguntado?

-Ya os dije que cuando se sepa algo se verá: pegarán carteles, y todos nos enteraremos -les dice pacientemente.

-Pero tú conoces a mucha gente, en cuanto haya algo lo sabrás, ¿verdad? -insiste uno más joven, gordito-. ¿Se rumorea algo?

-¡Qué se va a rumorear! La gente normal tiene cosas mejores de las que preocuparse. ¿Vosotros os creéis que la gente tiene tiempo para esas tonterías? Que si Beyoncé, que si Marta Sánchez... ¡harto me tenéis!

-Pero ya se acerca la fecha... pronto tendrán que decir algo –vuelve a la carga el bajito.

-Síii, se acerca, y pronto se sabrá algo. ¡Pero como me sigáis preguntando todos los días os vais a quedar sin saberlo! -dice en tono amenazante. Sus interlocutores ponen cara de circunstancias.

-Bueno, pero cuando sepas algo nos lo dices -dice el tercero, un hombre algo más mayor, escuchimizado y con un bigote de gato esmirriado.- ¿Vale?

-Que síii, pesados. Voy a ver qué tal anda Fede.

Se acerca a un banco semiescondido en un rincón de la plaza, donde un borrachín harapiento entrado en años dormita plácidamente.

-¡En pié, dormilón! Ya estoy aquí -le dice. -¿Qué has hecho hoy, aparte de beber? ¿has paseado, olido las flores, observado cómo bailan los lobos a la luz de la luna...? De día, difícil. Y aquí no hay lobos. Pero ¡aunque los hubiera!, ¿eh?

-Joder Antonio, vete a tocarle los huevos a tu puta madre -de repente, la sonrisa juguetona desaparece de los labios de Moré, y una sombra cruza su rostro.

-Sabes que no me gusta que me llames así.

-Que te jodan.

-Vete a tomar por culo -dicho lo cual, da media vuelta y se va hacia el supermercado. Habrá que ir pensando en cenar algo.


***


-¡Antoñito, hemos triunfado! -sonrisa exultante, se acercó dando brincos y le dio un abrazo-. Esto es el comienzo de algo grande.

-Les ha encantado nuestra propuesta. Te dije que no podía fallar.

-Han picado como pececillos, ¡tup, tup, tup! -hizo el gesto de un pescador recogiendo el hilo-. Venga, ¡vamos a celebrarlo!

A Antonio le dolía la cabeza. Siempre que se sometía a una gran tensión le entraba dolor de cabeza; no empezaba hasta que ya había pasado el trago, y al empezar a relajarse salían todos los nervios acumulados, clavándose a fuego en sus sienes. Nunca le había gustado la presión; él era un tipo tranquilo, relajado, le gustaba pasear, una buena conversación, una película. Pero la tensión no era para él. Jugarse su futuro a una carta no era lo suyo, aunque la supiera ganadora. En cambio, Federico lo llevaba mucho mejor, se notaba que había nacido para esto, que se crecía en las situaciones difíciles. Él fue quien resolvió los momentos más complicados de la entrevista, interviniendo con soltura cuando a Antonio le empezaban a sudar las manos, resolviendo la papeleta con desparpajo y elegancia. Él era la mente creadora, y Federico se encargaba de endosarle la idea a los compradores en potencia. Hacían buen equipo.

-Una copita, ¿no? -insistió.

-Me duele un poco la cabeza -dijo sin demasiada convicción.

-Veeenga, venga, no me vas a decir que no. Ya verás como te sienta bien.


***

Sale del supermercado con una barra de pan, una botella de agua y un paquete de embutido, y se dirige al banco donde sigue tumbado Fede. Se sienta junto a él, saca una navaja de bolsillo y prepara unos bocadillos de jamón serrano con queso. Le tiende uno a su amigo:

-Toma -el otro duda si cogerlo.

-No tengo hambre.

-Cógelo -con tono de madre paciente-. Te vendrá bien comer algo después de ponerte hasta el culo de vino.

Fede se incorpora trabajosamente y toma el bocadillo. Tiene los ojos hundidos, como si los abriera con desgana, dando la impresión de que por él preferiría tenerlos cerrados. En aquella plaza nadie va bien aseado ni huele a Channel, pero quién más y quién menos hace lo que puede, con excepción de este borrachín que hace tiempo que dio la espalda al mundo, y se deja llevar de un día a otro sin pena ni gloria, con barba de semanas que le dura hasta que Moré lo empuja hacia un aseo público y le obliga a afeitársela, y que desprende un olor que a cualquier persona con techo propio le hace arrugar la nariz o contener la respiración.

-¿Qué has hecho hoy, compañero?

-Dormir.

-¿Todo el día?

-Y beber -el otro contesta con desgana, hablando casi a susurros y mirando hacia otro lado.

-Pues yo he conocido a una estudiante que se ha interesado por mi música. Una chavala bastante simpática, así como alternativa, en plan ropa hippie y demás. Me ha contado que ella toca percusión y guitarra, y que de vez en cuando actúa en algún local de poco aforo. Ha intentado convencerme de que vaya algún día a tocar con ella, creo que le he caído simpático. De momento le he dicho que no, pero si vuelvo a verla e insiste a lo mejor me animo.

-Y por qué le has dicho que no -ahora le miraba; era cuestión de insistir un poco para captar su atención.

-No sé, porque me da pereza. Toco mejor solo, y me gusta hacerlo en la calle. Pero en el fondo me apetece. ¿Tú vendrías? A lo mejor tienen piano.

-Pues no -tose ruidosamente-. Hace mucho que no toco.

-Ya es hora de que vuelvas a ganarte las lentejas.

-O de tirarme desde un puente -Moré lo mira con cara de reprobación.

-Eres un capullo.


***


Con la caída de la tarde el cielo de Madrid se volvió oscuro, y un vientecillo frío les obligó a subirse bien la cremallera de la chaqueta. Al menos había dejado de llover, aunque el suelo bajo sus pies seguía mojado, como lo había estado casi todos los días desde hace un par de semanas. Se dirigieron hacia un pub irlandés cerca de su despacho, donde se podían sentar tranquilamente a charlar sin música estruendosa ni mucho gentío, a lo que ayudaba el hecho de que era un día entre semana. Al rato, estaban ambos cómodamente instalados en asientos mullidos, Antonio frente a su cerveza con limón y Federico ante una Guinness. Estaban relajados y satisfechos tras haber pasado su primer escollo: tenían una idea, y un cliente interesado en ella. Aquello era el principio de algo grande.

-¿No se lo vas a contar a Esther? -preguntó Antonio.

-Tranquilo, luego la llamo. ¿Tú has llamado a Laura?

-Antes, cuando has ido al servicio. Nos ha dado la enhorabuena.

-¿Qué tal está?

-Bien, no nos va mal. Ahora está empeñada en que tengamos un hijo, pero yo no lo veo claro. Me da algo de pereza, si te soy sincero, es que es una movida. Te cambia la vida. ¿Y Esther?

-Genial. Nos queremos un montón, yo creo que esta es la definitiva. Es una tía genial, en serio. Me entiende, la entiendo, y todo va como debería: una maravilla.

-¡Me alegro! Ya era hora de que sentaras la cabeza -tono socarrón, sonrió y le dio una palmada en la espalda. -¿Boda?

-Ya lo hemos hablado, pero sin prisas, tampoco nos hace falta. De aquí a un año o dos, a lo mejor, no sé, ya se verá.

-Oye, hace mucho que no tenemos conversaciones trascendentales -se irguió mientras introducía el cambio de tema. -Ya sabes, política, filosofía, comeduras de tarro... me apetece darle a la pelota con cosas que no impliquen chupetes, ni balances... ¿te hace?

-Es cierto -dijo Federico rápidamente, incorporándose también. -Y tengo una vuelta de tuerca más para la historia esa del determinismo. Te cuento: ya sabes de qué va el determinismo, todo eso de que somos presa de las relaciones causa-efecto; en una situación con unas condiciones concretas, ante determinado estímulo, es predecible la reacción que va a haber, porque causas concretas provocan reacciones concretas, ¿no?

-Sí, me hablaste de ello hace tiempo. Venía a decir que todo se somete a las leyes de la física, y por tanto sigue pautas predecibles; así que lo que somos ahora viene determinado por lo que ha pasado hace un segundo, esto vino determinado por lo que pasó hace dos, tres segundos... cien años... hasta el comienzo.

-Son como piezas de dominó. Una vez que tiras la primera, todo es una reacción en cadena, imposible de frenar. Y nosotros somos alguna de esas piezas intermedias. Tenemos la ilusión de que decidimos lo que hacemos en cada momento, pero en realidad todo son reacciones físicas y químicas en nuestro cerebro... como un circuito al que le aplicas un voltaje: si lo conoces, sabes lo que va a salir al otro lado.

-No me gusta esa teoría; asusta. Es como si fuéramos peleles, trozos de corcho tirados en un río a los que va manejando la corriente. Nos deja como simples máquinas. Pero es tan lógico... que no puedo rebatírtelo, aunque me joda -le miró fijamente, sonriendo.

-Ya, a mi también me gustaría que alguien me la rebatiera, pero hasta ahora nadie ha sido capaz. Bueno, ¡pues tengo una vuelta más que darle!

-Espero impaciente -dijo Antonio, poniendo cara de interés.

-Verás, te comento. Big Bang. Todo estalla, y desde ese momento ha empezado la reacción en cadena que nos lleva hacia donde estamos ahora. El universo se seguirá expandiendo durante unos cuantos millones de años, hasta que se acabe el impulso proporcionado por la explosión y vuelva a hacer efecto la energía gravitatoria, que poco a poco hará que todo se junte de nuevo formando otra pelotita, que volverá a estallar, otro Big Bang, y vuelta a empezar. Esto no es mío: muchos científicos mantienen esta teoría. Mi parte: en lo que estalla el Big Bang, se expande la materia y se vuelve a contraer, hay una reordenación de las partículas, ¿bien? Así que la siguiente vez que estalle, la reacción en cadena será diferente, se formarán galaxias distintas, se crearán otras formas de vida, etcétera. La siguiente vez que se contraiga, volverán a colocarse de forma diferente, y la siguiente, y la siguiente... -Antonio asintió con cara de estar concentrado en lo que decía, quizás no le seguía muy bien, o quizás estaba visualizando lo que describía y expandiendo las ideas de Federico en su propia mente-. El caso es que llegará un punto en que la situación se estabilizará. Por aquello de que todos los cuerpos tienden al estado de mínimo consumo energético y demás... al final, con el tiempo, el sistema se estabiliza y dejan de reordenarse las partículas. ¿Qué pasa entonces?

Antonio lo pensó un poco.

-Que cada vez que el universo se expanda y se contraiga, ocurrirán exactamente las mismas cosas...

-¡Exacto! ¿Te das cuenta de lo que eso significa? ¡Se repetirá hasta el infinito! Y por probabilidad pura, nosotros deberíamos estar en esa situación, en una de las infinitas repeticiones de lo mismo. ¡Debemos haber mantenido esta conversación millones de veces, Antoñito!


***


Hoy hace más sol, y se puede incluso pasear sin chaqueta. Parece más un día de primavera tardía que de mediados de otoño, razón por la cual la calle está más llena que de costumbre, y una especie de felicidad plácida flota en el ambiente. Es curioso cómo los cambios en el tiempo son capaces de variar masivamente el humor de la gente; los rostros que ayer eran pálidos y resignados hoy tienen luz y sonrisas, una calmada alegría de quien ve el color entre grandes intervalos de gris y está dispuesto a aprovecharlo.

Alrededor de Moré hay un grupo de personas más nutrido que el de días anteriores, y consecuentemente la funda de su saxo está algo más llena de lo habitual. Está en medio de un ragtime cuando ve entre sus oyentes un rostro conocido, así que se apresura a terminar la pieza, saludar al público y acercarse a saludar a su amiga.

La boca de Ana muestra una sonrisa alrededor de un piercing, y ésta le recibe con alegría. Le pregunta si ha pensado sobre la propuesta que le hizo, no es mucho dinero pero lo pasarán bien, etcétera, a lo que Moré replica invitándola a tomar un café en algún local cercano para charlarlo tranquilamente. Aquella chiquilla le cae bien, y se muestra dispuesto a trabajar con ella, siempre que tenga bastante margen de improvisación en las actuaciones y no le robe mucho tiempo. Ana se ofrece a tocar con él en la calle para practicar e irse conociendo musicalmente el uno al otro, idea que encanta al saxofonista, así que quedan al día siguiente en que ella se unirá a su actuación callejera sobre esa misma hora.

A Moré le ilusiona la idea. Aunque los años hayan pasado con fuerza, sigue siendo un niño para algunas cosas, y espera emocionado a que llegue el día siguiente.


***


Saludó a algunos de sus empleados de camino a su despacho. Habían logrado formar un buen equipo en un espacio de pocos meses, y las cosas ya iban casi a pleno rendimiento. Personal con buena formación técnica, inquietudes y ambición; querían gente con un buen cerebro detrás de sus títulos, y creían haberlo conseguido.

Después de lograr un contrato con un gran fabricante, les había llovido la financiación y todo parecía ir sobre ruedas. Relajado, y sin mucho trabajo por hacer aparte de supervisar a sus empleados, Antonio tenía tiempo para sus grandes aficiones: lectura, cine, y jazz. Aquel día se sentó en su despacho y disfrutó de ración y media de éstas: se dedicó a leer Rayuela, no sólo uno de los grandes de la literatura del siglo XX, sino también un gran alegato a la música en general y al jazz en particular, “...todo eso en una música que espanta a los cogotes de platea, a los que creen que nada es de verdad si no hay programas impresos y acomodadores, y así va el mundo y el jazz es como un pájaro que migra o emigra o inmigra o transmigra, saltabarreras, burlaaduanas, algo que corre y se difunde...”, disfrutando del tiempo que perder y el deber cumplido, al menos de momento.

Un par de horas más tarde, se vio obligado a atender a un come-come que le impedía estarse quieto, y se decidió a tirar la casa por la ventana e ir a la tienda de música a comprar esa belleza dorada, cegadora, que estaba destinada a reemplazar a su viejo saxofón. Ahora se podía permitir un pequeño lujo, y Cortázar le había enseñado que la música no es un capricho, sino una forma de vida, y un saxo nuevo era ahora para él como el café de la mañana. Imprescindible.


Sigue en la segunda parte.


Comentarios: Publicar un comentario

<< Home

This page is powered by Blogger. Isn't yours?